La vida de los duques de Sussex en Montecito, California, siempre ha estado marcada por una delgada línea entre su anhelado deseo de privacidad y su necesidad de mantenerse relevantes en el competitivo universo mediático. Meghan Markle y el príncipe Harry abandonaron la monarquía británica buscando proteger a su familia del escrutinio implacable, pero cada uno de sus movimientos públicos parece destinado a generar un nuevo debate.
En esta ocasión, ha sido Meghan quien ha encendido la mecha. Un gesto aparentemente tierno y familiar ha sido interpretado por muchos como una maniobra comercial calculada, reavivando las críticas sobre su coherencia y poniendo a su hija pequeña, Lilibet, en el centro del huracán. La controversia está servida y, como siempre que se trata de los Sussex, las opiniones son tan apasionadas como irreconciliables.
La calculada aparición de Lilibet en el universo de American Riviera Orchard
Todo comenzó con el lanzamiento de la nueva marca de Meghan Markle, American Riviera Orchard. Este proyecto, centrado en un estilo de vida que evoca la calidez y la sofisticación de la costa californiana, es la gran apuesta empresarial de la duquesa.

Para promocionarla, ha recurrido a una estrategia de comunicación muy personal, compartiendo en redes sociales imágenes que transmiten serenidad, como una reciente fotografía suya paseando por la playa con el mensaje: "Esta vibra de fin de semana".
Sin embargo, el verdadero revuelo llegó con un vídeo promocional. En una de las escenas, filmada con una estética cuidada y casi cinematográfica, se puede ver a Meghan cruzando un puente de madera de la mano de una niña pequeña, a quien todos han identificado como la princesa Lilibet.
Aunque la aparición es breve y el rostro de la niña no se muestra con claridad, el mensaje es potente: la familia es el pilar sobre el que se construye su nuevo imperio. La elección de este momento íntimo no es casual; busca humanizar la marca y conectar con el público a un nivel más profundo y emocional.
Entre acusaciones de hipocresía y la defensa de sus seguidores
La reacción no se hizo esperar. A las pocas horas, las redes sociales se inundaron de comentarios que acusaban a Meghan Markle de hipocresía. Los críticos más feroces argumentaron que no es coherente exigir un respeto absoluto por la privacidad de sus hijos para, acto seguido, utilizarlos como parte de una campaña de marketing para vender productos de lujo.
"Querían escapar de la prensa para que sus hijos tuvieran una vida normal, pero ahora los usan como reclamo publicitario", era uno de los comentarios más repetidos en X (anteriormente Twitter).
Muchos trazaron una comparación directa con el príncipe William y Kate Middleton. Ambas, a pesar de ser miembros activos de la realeza, gestionan las apariciones de sus hijos de una manera mucho más institucional y controlada, limitándolas a cumpleaños o eventos oficiales. Para este sector del público, la decisión de Meghan es una prueba más de que su discurso sobre la privacidad era, en realidad, una lucha por controlar la narrativa a su favor.

Por otro lado, los fieles defensores de la duquesa salieron rápidamente en su defensa. Argumentan que, como ciudadana privada y empresaria, tiene todo el derecho a compartir los momentos que considere oportunos.
Para ellos, la escena es simplemente un tierno vistazo a su vida familiar, una declaración de que su rol como madre es fundamental en su nueva identidad. Consideran que las críticas son desproporcionadas y forman parte de una campaña de desprestigio orquestada contra ella desde que decidió tomar un camino propio.
Mientras tanto, los productos de Meghan Markle reciben críticas de todo tipo. Algunas positivas, pero otras muy negativas. En este sentido, varios expertos dejaron claro que su último vino no era de buena calidad en relación con el precio que tenía.