Hace siete años, en plena madurez profesional y vital, Carme Ruscalleda tomó la valiente decisión de bajar el telón de su emblemático restaurante Sant Pau en Sant Pol de Mar. Corría julio de 2018, y a pesar de las tres estrellas Michelin brillando con fuerza, la chef catalana anunció que el 27 de octubre cerraría definitivamente el local. Un sitio que había marcado una era, tras 30 años de historia.
Lejos de ser un gesto de cansancio, aquel cierre se interpretó como una jugada cargada de dignidad: retirarse en la cima, con ilusión, para abrir nuevos caminos. Pero no se retiró como tal, ya que actualmente sigue activa y mantiene un proyecto con su hijo.
Una clausura pensada y emotiva
El comunicado de Carme y su esposo, Toni Balam, subrayaba que la decisión no respondía a una jubilación. Era más bien una estrategia para “dar más recorrido, contenido y futuro” a su proyecto Cocina Estudio, un espacio de asesoría y creación culinaria. Carme lo explicó con claridad: querían cerrar cuando aún tenían “ilusión y fuerza”, no esperar a que el deterioro les obligara a hacerlo.

Ese apunte resultó clave: decía adiós al Sant Pau original, pero no a su pasión por la cocina.
La reacción del entorno y las redes
Medios especializados destacaron que el restaurante estaba completamente reservado para la última noche. Las redes sociales se llenaron de emotivos mensajes celebrando su legado. La chef, en respuesta, agradeció la fidelidad del público y la entrega de su equipo, que describió como “una verdadera familia”.
Proyectos paralelos que ocuparon el legado
En realidad, el cierre físico se produjo mientras otros frentes seguían activos. En Barcelona, su hijo Raül Balam mantenía el restaurante Moments en el Mandarin Oriental, con dos estrellas Michelin. Por otro lado, en Tokio, su emblemático Sant Pau también era un éxito: desde 2004, funcionaba con una doble distinción, aunque cerró en septiembre de 2023 tras 19 años.
Además, la hija de Carme, Mercè Balam, emprendió un nuevo local en el mismo Sant Pol. Un bar con jardín en el espacio del antiguo Sant Pau, llevando la tradición familiar a un formato más informal. Por otro lado, Cocina Estudio siguió creciendo, ofreciendo asesoría, formación y dirección creativa.

Cerrar para seguir creciendo
La figura de Carme se consolidó como un ejemplo de gestión inteligente y emocional. Al despedirse con éxito de Sant Pau, aceptó que la restauración de élite exige una energía casi infinita. Su planteamiento fue sabio: “cerrar con fuerza, no cuando esa fuerza te abandona”.
Este enfoque reflejó también su filosofía culinaria: cuidadosa, equilibrada y siempre respetuosa con el entorno. Sant Pau era una síntesis de territorio y tradición catalana, “producto fresco y temporada” en equilibrio con la creatividad.
¿Qué ha pasado desde entonces?
Desde aquel octubre de 2018, Carme ha continuado activa. Aparece en congresos, colabora en medios, imparte clases y sigue detrás del proyecto Moments, trabajando hombro con hombro, con su hijo. Mientras, Mercè Balam capta otra sensibilidad gastronómica en el bar-jardín que lidera, testimonio vivo de la continuidad de un legado familiar.
¿Y ahora, hacia dónde va el futuro?
A siete años del cierre, Sant Pau sigue viva en la memoria colectiva. La pregunta surge sola. ¿Evolucionará Cocina Estudio en nuevas aperturas? ¿Veremos una vuelta de Carme al restaurante tradicional? Su perfil no deja de ser inquieto, y su capacidad de reinvención es reconocida.
Aquel anuncio en 2018 no fue un adiós melancólico, sino un punto y aparte con intencionalidad: cerrar una historia brillante para abrir otras, más personales, más libres. Un cierre con dignidad que, curiosamente, se convirtió en semilla de nuevos comienzos.