En el otoño de 1995, a la sombra de la catedral de Santiago, empezó a fraguarse un pequeño milagro futbolístico. La modesta SD Compostela, recién llegada a Primera División, se atrevió a soñar en grande. Contra todo pronóstico y con uno de los presupuestos más humildes de la categoría, el equipo gallego completó una primera vuelta de ensueño: al término de aquella primera mitad de la Liga 95/96, el Compostela se alzaba segundo en la clasificación, solo por detrás del Atlético de Madrid, proclamándose subcampeón de invierno.
La ciudad, más acostumbrada al silencio de los peregrinos que a los cánticos futboleros, descubrió de repente la magia de competir de tú a tú con los grandes.
La mágica primera vuelta: Compostela toca el cielo
El arranque de la temporada 1995/96 fue simplemente espectacular para el “Compos”. Jornada tras jornada, aquel equipo humilde encadenó resultados sorprendentes y se codeó con los gigantes de la Liga. En octubre de 1995, San Lázaro vivió una noche para la historia: el Compostela logró un triunfo épico por 2-1 frente al FC Barcelona de Johan Cruyff. Bent Christensen, delantero danés, y el nigeriano Christopher Ohen voltearon un partido que comenzó ganando el Barça, desatando la locura en las gradas. Apenas un mes después, el Compostela endosó un 4-0 al Deportivo de La Coruña en un derbi gallego inolvidable, demostrando que lo suyo no era casualidad.
![Un equipo de fútbol posando para una foto grupal en un estadio, con los jugadores vistiendo uniformes a rayas celestes y blancas, y varias firmas visibles en la parte inferior de la imagen. Un equipo de fútbol posando para una foto grupal en un estadio, con los jugadores vistiendo uniformes a rayas celestes y blancas, y varias firmas visibles en la parte inferior de la imagen.](/filesedc/uploads/image/post/plantilla-compostela_1200_800.webp)
Para Navidad, los de Fernando Vázquez –un profesor de instituto que debutaba aquel año en la élite– se habían ganado el respeto de todo el país. Con una primera vuelta magnífica, el equipo se fue al parón invernal encaramado al segundo puesto de la Liga, solo por detrás del futuro campeón Atlético de Madrid. Ningún aficionado compostelano olvidará los diarios titulando la gesta del pequeño club santiagués, ni cómo cada semana se repasaba la clasificación para confirmar, con asombro y orgullo, que sí, ahí arriba estaba el Compostela.
Aquel once blanquiazul mezclaba futbolistas veteranos de recorrido discreto con otros foráneos que encontraron en Santiago su hogar futbolístico. La plantilla contaba con nombres como Nacho, José Ramón (ex jugador del Deportivo), el navarro Bellido o Lekumberri, combinados con el talento brasileño de Fabiano, la visión del francés Franck Passi y los goles del escurridizo danés Bent Christensen. Ohen también fue uno de los más destacados. Bajo la batuta de Vázquez, todos rindieron muy por encima de las expectativas.
El propio técnico, con su carisma tranquilo de profe de pueblo, se convirtió en estrella mediática: programas como El Día Después de Canal+ le dedicaron reportajes, intrigados por la clave del éxito de aquel equipo revelación. Y es que el Compostela enamoraba por su fútbol valiente y alegre. Cada victoria alimentaba la leyenda de un club que pocos años antes penaba en Segunda B, y que ahora soñaba despierto en la cima de Primera.
![Camiseta de fútbol con diseño a rayas verticales en azul y blanco, con un logotipo rojo en el centro y un escudo en el lado derecho del pecho. Camiseta de fútbol con diseño a rayas verticales en azul y blanco, con un logotipo rojo en el centro y un escudo en el lado derecho del pecho.](/filesedc/uploads/image/post/camiseta-compostela_1200_1600.webp)
Cuando el sueño empezó a desvanecerse
Con el año nuevo de 1996, la realidad empezó poco a poco a pesar sobre los hombros del Compostela. Mantener el nivel de la primera vuelta resultó una tarea titánica. Los rivales, advertidos ya de la calidad de los gallegos, comenzaron a tomar precauciones. Además, la plantilla corta empezó a acusar el cansancio y alguna que otra lesión. La segunda vuelta fue mucho más dura: aquellas victorias épicas dieron paso a empates sufridos y derrotas que dolieron.
Aun así, el Compos siguió dando guerra en la parte alta durante varias jornadas más, resistiéndose a renunciar a su sueño europeo. Pero conforme avanzaba la primavera, los grandes equipos recuperaron terreno y el modesto Santiago de Compostela fue cediendo posiciones.
El desenlace de la temporada 95/96 dejó un sabor agridulce. El Compostela terminó finalmente en décima posición de la Liga, un puesto que, visto fríamente, era extraordinario para un debutante... pero que sabía a poco después de haber tocado la gloria meses antes. Quedó, eso sí, como la mejor clasificación de toda la historia del club.
![Jugador de fútbol con uniforme blanco y celeste posando en un campo de fútbol. Jugador de fútbol con uniforme blanco y celeste posando en un campo de fútbol.](/filesedc/uploads/image/post/festus_1200_1600.webp)
Por delante solo le aventajó en un punto el Deportivo (9º) y, para orgullo de la afición compostelana, su equipo quedó por encima del Celta de Vigo (11º) aquel año. No hubo billete para competiciones europeas ni título alguno, pero la hazaña estaba hecha: el “Compos” había escrito en oro una página imborrable del fútbol de los 90. Al sonar el pitido final de la última jornada, muchos hinchas en San Lázaro aplaudieron con lágrimas en los ojos. Había terminado el sueño más hermoso que jamás imaginaron, ese en el que por un tiempo su modesto equipo peleó de igual a igual con los gigantes.
Héroes de San Lázaro y una afición entregada
Detrás de aquella gesta quedaron para siempre los nombres de jugadores que, sin ser superestrellas, se convirtieron en héroes locales. El brasileño Fabiano Soares fue el faro creativo del equipo, un mediocampista talentoso cuyo idilio con el Compos acabó siendo “una duradera historia de amor con San Lázaro”. La afición le adoraba tanto que llegó a bautizarlo “O Rei”, el rey de un Compostela que reinó brevemente en lo más alto. Junto a él brillaba Christopher Ohen, delantero nigeriano que con sus goles y su eterna sonrisa se ganó el corazón de la grada. Ohen venía de muy lejos y encontró en Santiago un hogar: cuando perforaba las porterías rivales, los gallegos coreaban su nombre sintiendo que nada era imposible.
También estaban Villena, Chucho Castro, Chiba, y tantos otros obreros del balón que dieron todo por aquella camiseta blanquiazul. Ninguno de ellos era una figura mediática; eran hombres humildes que, unidos, lograron algo extraordinario.
![Un grupo de personas está reunido en una conversación acalorada en un entorno urbano. Un grupo de personas está reunido en una conversación acalorada en un entorno urbano.](/filesedc/uploads/image/post/caneda-jesus-gil_1200_800.webp)
La comunión con la afición fue total. Al principio costó llenar las gradas –Santiago no tenía gran tradición futbolera–, pero el fenómeno Compos prendió rápido. “Aquello fue creciendo y la ciudad se involucró con el club. ¡Éramos el equipo de Galicia! Sentíamos el cariño de todo el mundo: de Vigo, Coruña, Lugo, Ourense... Fue muy bonito” recordaba emocionado Fabiano años después. Y es que en aquella temporada mágica, hinchas de toda Galicia empatizaron con el pequeño Compostela que desafiaba a los gigantes.
Cada triunfo encendía la fiesta en la Praza do Obradoiro y en los bares de la ciudad. Los jugadores, al acabar los partidos, daban la vuelta al estadio aplaudiendo a una hinchada que no terminaba de creerse lo vivido. Se forjó un vínculo casi familiar entre equipo y aficionados, una historia de cenicientas y gigantes que todavía hoy, décadas más tarde, eriza la piel a quienes la rememoran.
Del cielo al infierno: gloria efímera y dolorosa caída
El cuento de hadas del Compostela no duró mucho más allá de aquella temporada gloriosa, y los años siguientes trajeron capítulos agridulces. En la Liga 1996/97, el equipo santiagués logró mantenerse con dignidad: llegó incluso el búlgaro Lyuboslav Penev para formar una dupla letal con Ohen, y el Compos acabó 11º, consolidándose un año más en Primera. Pero las dificultades económicas y la presión deportiva empezaban a asomar.
![Un futbolista en acción en el campo con un recuadro que muestra su retrato y el nombre Un futbolista en acción en el campo con un recuadro que muestra su retrato y el nombre](/filesedc/uploads/image/post/ohen_1200_800.webp)
La temporada 97/98 sería la última en la élite. Aquel año, pese a luchar con garra hasta el final, el Compostela terminó 17º y se vio obligado a jugar una promoción de permanencia ante el Villarreal. La salvación se escapó de la forma más cruel: tras empatar ambos partidos, el valor doble de los goles fuera de casa condenó al Compos al descenso. En El Madrigal, los jugadores se desplomaron sobre el césped al saber que todo había acabado. Cuatro años de ensueño en Primera llegaban a su fin de la manera más amarga. Santiago entero lloró aquella noche; la hazaña de los modestos había terminado y tocaba despertar.
Irónicamente, antes de despedirse de Primera, el Compostela regaló a sus fieles un último destello de gloria: en mayo de 1998, en la penúltima jornada, se fue al Estadio de Riazor y goleó 6-2 al Deportivo de La Coruña, su rival regional. Aquella goleada sonrojante a un gigante fue un canto de cisne, un orgulloso “aquí estuvimos” antes del adiós. Pero ni ese resultado histórico pudo salvar al equipo del descenso. Tras la caída a Segunda División, el club entró en una espiral complicada.
La directiva de José María Caneda –el controvertido presidente que incluso tenía un pasodoble dedicado– hizo apuestas arriesgadas para intentar el retorno inmediato a Primera, fichando a veteranos ilustres como Vladimir Radchenko o recuperando a Vlado Gudelj, pero el sueño ya se había roto. En la 98/99 el Compos se quedó a mitad de tabla en Segunda, y lo peor estaba por venir.
![Un hombre con traje gris y corbata rosa está sentado en un estudio de televisión con un fondo rojo. Un hombre con traje gris y corbata rosa está sentado en un estudio de televisión con un fondo rojo.](/filesedc/uploads/image/post/caneda_1200_800.webp)
Los problemas económicos, antes amortiguados por los éxitos, se volvieron insostenibles. Con la llegada de los 2000, el Compostela sufrió un calvario administrativo: en 2003, ahogado por las deudas, fue descendido de oficio a Segunda B por no poder afrontar un aumento de capital millonario. A partir de ahí, el histórico club inició un doloroso via crucis por las categorías inferiores.
En 2004 bajó a Tercera, y poco después, incapaz de pagar a sus acreedores, cayó hasta Regional Preferente. El equipo que había maravillado a España desaparecía de los focos y de los mapas futbolísticos. Para colmo, a finales de 2006 la entidad entró en proceso de liquidación, al considerarse inviable continuar. La afición compostelana, tan pocos años atrás en la cima del mundo, asistía impotente a la desaparición de su club de toda la vida. Muchos conservaron como tesoros sus bufandas y camisetas blanquiazules, recuerdos de una era gloriosa que parecía desvanecerse para siempre.
El renacer de la Esedé: la llama sigue viva
Cuando todo parecía perdido, la historia del Compostela dio un giro esperanzador digno de sus mejores guiones. En 2007, mientras la antigua sociedad agonizaba, nació un nuevo club que adquirió el nombre y los símbolos de la SD Compostela. Aquella chispa, auspiciada por exdirectivos y aficionados, impidió que la llama se extinguiera. Finalmente, en 2011 una nueva directiva saneó las deudas pendientes y recuperó oficialmente la denominación de SD Compostela. La Esedé renacía de sus cenizas como el Ave Fénix, dispuesta a escribir nuevos capítulos.
El camino de regreso ha sido largo y humilde, pero ilusionante. Desde las categorías regionales más modestas, el “Compos” inició una lenta escalada: ascenso a Tercera en 2012 y regreso a Segunda B (la división de bronce) en 2013. La afición volvió a sonreír viendo a su equipo en categoría nacional, visitando de nuevo estadios históricos de Galicia y España.
En 2014/15 rozaron la promoción de ascenso a Segunda División, quedando a las puertas de luchar por volver al fútbol profesional. Sin embargo, los tropiezos no han faltado: en 2016 el equipo descendió otra vez a Tercera, obligando a un nuevo proyecto desde abajo, basado en la gente de la casa y jóvenes valores de la comarca. Esa filosofía de humildad y esfuerzo ha ido dando frutos poco a poco. En 2020, tras una emocionante eliminatoria exprés, el Compostela logró subir a la nueva Segunda División B (renombrada luego Segunda RFEF).
Compostela 3 - Albacete 1. Temp. 95/96. Jor. 15.
Actualmente, la SD Compostela milita en la cuarta categoría del fútbol español (Segunda RFEF), lejos del brillo de Primera, pero con el mismo corazón combativo de siempre. El club pelea por dar el salto a la recién creada Primera RFEF y seguir escalando peldaños en busca del sueño de regresar algún día al profesionalismo.
La afición, esa que vivió noches de gloria irrepetible en los 90, sigue ahí, transmitiendo la leyenda de generación en generación. Cada vez que el equipo salta al césped de San Lázaro, los viejos rockeros del lugar cierran los ojos y por un instante vuelven a ver a Ohen, Fabiano y compañía enfrentándose al FC Barcelona o al Madrid. La nostalgia se mezcla con la esperanza en las gradas. Porque si algo enseñó aquel Compostela es que, con trabajo y fe, los milagros pueden ocurrir: “El único milagro es el trabajo y la continuidad de un grupo... unido a una afición que va en aumento, eso explica el fenómeno Compostela”, decía el presidente Caneda en aquellos años dorados.
El sueño de volver
Y así, la magia de aquel Compostela pervive hasta hoy. Un club que murió y renació para seguir contando su historia; un puñado de hombres humildes que tocaron el cielo y cayeron al infierno, pero cuyo recuerdo permanece imborrable. Cada gol en el modesto presente de la Esedé lleva un eco de aquel pasado glorioso. En Santiago de Compostela, la ciudad de los milagros, nadie duda de que algún día los versos de aquella vieja hazaña volverán a entonarse. Mientras tanto, queda el orgullo de haber vivido una gesta irrepetible, un sueño vintage hecho realidad que todavía hoy hace brillar los ojos de los aficionados. El Compostela de 1995/96 nos enseñó a creer en lo imposible, y esa será por siempre su mayor victoria. ¡Compos eterno!