En una edición reciente de Tot es mou en TV3, la ciencia ocupó un lugar poco habitual pero completamente merecido en la sobremesa catalana. No fue una receta ni una polémica política lo que capturó la atención del público, sino una conversación inesperadamente reveladora sobre uno de los fenómenos más extraordinarios de la medicina contemporánea. Sin previo aviso, la longevidad se convirtió en protagonista, y no como concepto abstracto, sino como historia real, cercana y profundamente humana.
Al frente de la conversación, un rostro habitual del ámbito científico que, pese a su perfil técnico, sabe comunicar con claridad y cercanía. Manel Esteller, director del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras y referente internacional en epigenética, fue invitado para explicar un estudio que ha dado la vuelta al mundo. Pero su intervención fue mucho más que la presentación de datos: fue un homenaje a una vida que desafió los límites conocidos de la biología.

Un caso que obliga a repensar el envejecimiento
Durante años, la ciencia ha perseguido la fórmula que permita vivir más… y mejor. Y aunque la respuesta definitiva sigue sin aparecer, algunos casos excepcionales ofrecen pistas valiosas. Uno de ellos vivió discretamente en una residencia de Olot hasta agosto de 2024, fecha de su fallecimiento. Tenía 117 años y 168 días. Y su historia, lejos de quedar enterrada en los obituarios, se ha convertido en un hito científico.
Esteller explicó, con su estilo sobrio y pedagógico, cómo su equipo convenció a la protagonista de este caso —ya centenaria— para someterse a un estudio genético. Lo que descubrieron superó todas las expectativas: sus células, analizadas en distintos tejidos, mostraban un comportamiento significativamente más joven que su edad real. Según los modelos de envejecimiento basados en metilación del ADN, tenía una edad biológica de unos 100 años. Una diferencia de casi dos décadas. Pero eso no fue lo más sorprendente.

Una revolución que empieza en el intestino
En un momento clave de la conversación, el investigador introdujo un término poco habitual en televisión pero esencial en la investigación moderna sobre la salud: microbioma. Y ahí vino el giro. Lo que encontraron en este aspecto concreto del organismo de la supercentenaria es, en palabras del propio Esteller, “tan fascinante como disruptivo”.
Su microbioma intestinal no solo estaba sano, sino que presentaba características similares a las de un bebé. En un cuerpo de 117 años. Esta configuración bacteriana —llena de diversidad, baja inflamación y alta funcionalidad— está relacionada con una mejor salud metabólica, inmunológica y neurológica. Y según el equipo, podría haber sido clave para que su cuerpo resistiera enfermedades comunes del envejecimiento.
Lo que descubrieron no es solo excepcional, es potencialmente replicable. Esteller insistió en que no se trata de magia genética: si bien la base hereditaria jugó un papel, también lo hicieron factores como la alimentación, la estabilidad emocional y un estilo de vida tranquilo y socialmente conectado.
Cuando la longevidad tiene nombre y apellido
El momento más emotivo de la emisión llegó al final, cuando Esteller reveló el nombre de la protagonista del estudio. No era una figura anónima. Se trataba de María Branyas Morera, la mujer más longeva del mundo hasta su fallecimiento en 2024. Nacida en 1907, testigo de dos guerras mundiales, la gripe del 18 y la pandemia de la COVID-19, María no solo vivió una vida extraordinaria, sino que ahora su cuerpo continúa ayudando a la ciencia a entender cómo hacerlo posible para otros.
Aquel día, TV3 no solo sirvió ciencia en horario de mediodía. Sirvió también esperanza. Porque si bien no todos llegaremos a los 117, quizás podamos aspirar a vivir como María: con serenidad, lucidez… y un microbioma en plena forma.