Una persona sonriente con un uniforme oscuro está de pie frente a un fondo borroso de colores azul y rojo, con un contorno rojo brillante alrededor de su figura.

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Quien haya sintonizado la televisión pública catalana este miércoles al mediodía, seguramente no habrá podido evitar quedarse unos minutos más de lo previsto. La pantalla desprendía algo especial: una combinación de luz, naturalidad y cercanía que traspasaba la emisión. No era la receta —aunque sonaba exquisita—, ni tampoco el clima, que finalmente parecía dar un respiro tras días de lluvia. Era algo más difícil de explicar.

La sección culinaria de Tot es mou, conducida con gracia y maestría por Helena Garcia Melero, acogía una vez más a una invitada ya habitual y muy querida por la audiencia. Con una voz suave pero firme, y una sonrisa que parece haberse hecho habitual en las cocinas de TV3, ella volvía a ofrecer un espectáculo que va más allá de la cocina. Porque cuando se encienden los fogones en su presencia, también se enciende algo más: el orgullo por la tierra, el amor por los sabores autóctonos, y sobre todo, una forma de hacer que pone el corazón al nivel de la técnica.

Un hombre con expresión de sorpresa frente a un edificio con logotipos de canales de televisión.
Persona sorprendida y los estudios de TV3 | TV3, max-kegfire

Recetas con sabor a casa

Este miércoles, el plato no era precisamente sencillo: huevo con colmenillas a la crema y espárragos de margen. Un manjar que remite directamente a los bosques de primavera, al respeto por el producto de temporada, y a esa cocina que no necesita artificios.  A su lado, el popular meteorólogo Tomàs Molina, aportando ese carisma tan característico que lo ha convertido en un rostro inseparable de TV3. Entre bromas sobre el tiempo, utensilios humeantes y explicaciones precisas, se cocinaba mucho más que un plato.

Porque lo que se respiraba era algo mucho más íntimo: el reflejo de una felicidad plena. Y no, no se trataba únicamente de un buen día televisivo o de una receta especialmente inspirada. Era algo que ya se intuía desde hace tiempo, pero que en las últimas semanas se ha hecho más evidente que nunca.

Edificio de TV3 con un recuadro que muestra una figura borrosa frente a un fondo con logotipos de medios.
Una persona con la cara borrosa y TV3 al fondo | TV3, Instagram

Un día radiante y familiar

Las redes sociales hicieron el resto. Porque cuando el sol decidió asomar finalmente entre las nubes, ella también aprovechó para salir. Y lo hizo de la mejor manera posible: con familia, amigos, una mesa de campo y brasas ardiendo. Una buena calçotada, en ese entorno tan catalán que combina el humo, la salsa y las risas como ingredientes esenciales. Allí se la pudo ver disfrutando como una más, con el delantal puesto, mojando calçots con gesto preciso, y rodeada de caras conocidas que no podían disimular la alegría de compartir ese momento.

La escena, compartida más tarde en Instagram por los asistentes, fue recogida por numerosos medios. Pero hubo una imagen que generó especialmente ternura: ella, en primer plano, con las manos manchadas de salsa, abrazando con fuerza un pequeño tesoro que llevaba en brazos.

Un vínculo que ya no esconde el fuego

A estas alturas, su rostro ya es familiar. Se trata de Martina Puigvert, la chef del restaurante Les Cols de Olot, reconocida por su delicadeza en la cocina y por representar una nueva generación de cocineros que trabajan desde la raíz, con identidad y emoción. Pero no está sola en esta travesía.

Desde hace meses, su presencia en Tot es mou ha coincidido con otra que no pasa desapercibida: la de Lluc Crusellas, el mejor chocolatero del mundo. Y no es casualidad. Martina y Lluc no solo comparten pasión por los fogones, también comparten vida. Su historia de amor, que comenzó con pan congelado, tomate y embutido de la Garrotxa, ha conquistado al público tanto como sus platos. Viven entre Osona y la Garrotxa, se ven cada día y, como confesaron en El Suplement de Catalunya Ràdio, “dormimos juntos cada día, pero dónde, lo decidimos sobre la marcha”.

Una pareja que, como sus recetas, no necesita grandes alardes: basta con mirar cómo se miran para entender que entre brasas y calçots, también se cocina el amor.