Viggo Mortensen no es solo un rostro conocido en la gran pantalla. También es un hombre comprometido con sus ideas, valiente a la hora de defender lo que considera justo y coherente con sus principios, aunque eso le haya traído consecuencias personales y profesionales.
En una entrevista concedida a El País Semanal, el actor neoyorquino habló sin filtros sobre el precio que ha pagado por mostrar públicamente su apoyo al referéndum del 1 de octubre en Catalunya.
Un actor internacional con alma catalana
Desde hace años, Mortensen reside en Madrid, lejos de los focos de Hollywood, llevando una vida discreta junto a la actriz catalana Ariadna Gil. El actor ha sido siempre respetado por su trayectoria y por su forma de pensar, pero eso no lo ha librado de las críticas cuando decidió posicionarse a favor del derecho a decidir.

En 2017, en pleno auge del movimiento independentista catalán, se afilió a Òmnium Cultural, una de las entidades más activas en la promoción del referéndum. Ese gesto, lejos de pasar desapercibido, le costó insultos y ataques.
En sus propias palabras: “Se sigue diciendo que fui un traidor, que no sé nada, que soy un mamarracho, que soy argentino. Pero da igual de dónde uno sea. A mí me interesan las culturas diferentes. Me interesa la diversidad cultural de cualquier país, la variedad de culturas, lenguajes y opiniones”.

“Me preguntaron si creía que la gente tenía derecho a opinar y a votar”
Mortensen no se ha declarado abiertamente independentista. Ni siquiera ha respaldado las posturas más radicales del soberanismo catalán. Lo que defendió —y sigue defendiendo— es el derecho democrático de cualquier pueblo a decidir su futuro. Como él mismo contó en la entrevista, su afiliación a Òmnium no implica estar de acuerdo con todo lo que dice la entidad.
“Me preguntaron si creía que la gente tenía derecho a opinar y a votar, y respondí que sí”. Una postura que, en cualquier democracia sólida, no debería generar controversia. Sin embargo, en el contexto español, defender el derecho a votar puede acarrear un linchamiento mediático. Y eso fue exactamente lo que vivió Viggo Mortensen.
Ataques personales y daños colaterales
El actor también relató que su posicionamiento político afectó incluso a personas de su entorno. "Salieron cosas muy feas sobre mi novia y su familia", explicó, sin entrar en detalles, pero dejando claro que el acoso fue real y doloroso. Se refiere, sin nombrarla directamente, a Ariadna Gil, con quien mantiene una relación desde 2009 y que también ha sido blanco de críticas en ciertos sectores por sus posturas.
Pese a todo, Mortensen no se arrepiente de haber alzado la voz. En un mundo donde cada vez más figuras públicas optan por la neutralidad para no meterse en problemas, él reivindica la necesidad de ser coherente con uno mismo. “Yo admiro a quienes no se enjaulan por voluntad propia en presiones ideológicas”, sentencia.
Lealtad a los ideales por encima del coste
Mortensen, que ha trabajado en todo el mundo y ha recibido premios en festivales tan importantes como Cannes o Karlovy Vary, no teme que sus posturas políticas cierren puertas. Su carrera no depende del aplauso del mainstream español. Lo que sí le importa —y mucho— es ser fiel a su conciencia y a su visión de la cultura como un espacio abierto, plural y respetuoso.
En tiempos de polarización, su valentía al hablar claro lo distingue. Y aunque algunos lo llamen traidor, mamarracho o ignorante, lo cierto es que Mortensen representa a esa minoría de personas públicas que entienden que el arte y la política no están reñidos, y que defender la libertad no es una traición, sino una obligación moral.