Desde el primer momento en que Meghan Markle apareció junto al príncipe Harry, el mundo se rindió ante una historia digna de cuento de hadas. Una actriz estadounidense y el hijo menor de Lady Di parecían encarnar el romance moderno: igualdad, diversidad y renovación para una familia real que parecía atrapada en el pasado.
Pero, como suele suceder en los cuentos mal contados, la realidad era muy distinta tras los muros de palacio.El experto real Tom Quinn acaba de publicar nuevas declaraciones que ofrecen una mirada mucho más terrenal —y polémica— sobre el inicio de este matrimonio. Según su libro Sí, señora: La vida secreta de los sirvientes reales, Meghan habría llegado a la relación con una idea muy concreta.
“Esperaba un multimillonario y consiguió un millonario”
La frase, atribuida a un miembro del personal del palacio, es tan cruda como reveladora. Meghan, criada en una cultura donde los millonarios abundan en Hollywood y los lujos son visibles, asumió que el hijo de Carlos III y hermano del futuro rey debía ser asombrosamente rico. Pero no.

Al parecer, Harry tenía un patrimonio personal de apenas 20 millones de libras. Mucho dinero para cualquiera… excepto para quien se había hecho otra idea. Quinn relata que Harry quedó “profundamente sorprendido” por la decepción de Meghan. Su reacción no fue por codicia pura, sino por una diferencia de expectativas: ella imaginaba una vida de lujo absoluto.
Nottingham Cottage: el verdadero golpe de realidad
Para muchos, vivir en una casa real en Londres suena como un sueño. Pero no para Meghan Markle, que al parecer lo vivió como una humillación. La propiedad, que cuenta con apenas dos dormitorios, un baño y un jardín modesto, le resultó insuficiente. Quinn asegura que Meghan sintió que se trataba de un símbolo: el tamaño de la casa representaba lo poco valorado que era Harry dentro de su propia familia.

“No podía entender cómo el hijo de una princesa, de sangre real, podía estar confinado en una vivienda tan modesta”, escribe Quinn. La decepción no fue solo material. Fue emocional. Meghan creyó que al casarse con Harry entraría en la realeza con el mismo rango y respeto que Kate Middleton.
Un matrimonio que nació con malentendidos
Los inicios de la pareja estuvieron marcados por la pasión, la atención mediática y un fuerte compromiso social. Pero en privado, según el autor, Meghan tuvo que “recalcularlo todo”. El estilo de vida real no era tan glamuroso como el de una estrella de Hollywood, ni tan libre, ni tan cómodo.
Las normas, los protocolos, la falta de privacidad y el hecho de tener que representar a una institución que no comprendía del todo fueron minando su entusiasmo. La diferencia de visión entre lo que Meghan pensaba que era la monarquía y lo que realmente encontró se convirtió en una de las grandes grietas del matrimonio.
Lo más impactante: el inicio del plan de salida
Pero lo más fuerte no es la decepción ni la falta de millones. Según Quinn, Meghan habría empezado a planear su salida de la familia real mucho antes de que se hiciera pública. No por odio, ni por escándalos, sino por pura incompatibilidad con una vida que no le ofrecía ni autonomía, ni riqueza, ni propósito claro.
El amor pudo ser genuino, pero no bastó. El cuento de hadas moderno terminó siendo una mudanza silenciosa y una decisión meditada. Una historia que no tiene dragones, pero sí desencanto. Y un final, como siempre, que nadie se atrevió a contar hasta ahora.