Una mujer con expresión de enojo levanta los puños en una estación de tren.

Renfe: una distopia cuotidiana

Los catalanes llevamos siglos sufriendo la falta de inversiones

Coger el tren en Catalunya se ha convertido en un acto de fe. Cada día, miles de personas se
lanzan a la aventura de utilizar un sistema ferroviario obsoleto, saturado y profundamente
irrespetuoso con los usuarios, sabiendo que, muy probablemente, el trayecto será una pesadilla:
retrasos, incomodidad, ruido, mal olor, falta de información o directamente caos.

Coger la Renfe en Catalunya se ha convertido en una experiencia que oscila entre la comedia absurda y el terror psicológico. Retrasos constantes, averías recurrentes, falta de información, vagones masificados,
climatización aleatoria y precios que no reflejan —ni de lejos— la calidad del servicio. Y todavía tienen la desenvoltura de promocionar el tren como la opción ecológica y recomendada.Y el más grave de todo es que esto no es una excepción.

Es la normalidad. RENFE, con la complicidad de Cercanías, ofrece un servicio absolutamente lamentable que, a pesar de estar subvencionado con dinero público, obliga los usuarios a pagar para sobrevivir dentro de un sistema colapsado. Una doble penalización: lo pagas con tus impuestos y lo vuelves a
pagar al validar el billete, para acabar siendo tratado como un número dentro de una estructura
degradada, improvisada y profundamente clasista.

Un hombre con traje se cubre el rostro con la mano en una estación de tren, mientras un símbolo de advertencia aparece sobre la imagen.
Montaje en el que se ve una estación de RENFE y una persona enfadada | ACN, @gettyimages, Canva Creative Studio, XCatalunya

Cuando llueve, el servicio colapsa. Cuando sopla el viento, se paran trenes. Cuando sale el sol, hay
averías igualmente. Las incidencias son diarias, constantes, y nadie da la cara. Las pantallas de información no funcionan. Las aplicaciones no avisan. El personal, cuando hay, a menudo desconoce los motivos de los retrasos. Ayer mismo, una avería eléctrica volvió a paralizar la red durante horas. El problema ya está resuelto. Pero los trenes continúan con disfunciones.

Esta es la tónica.Y mientras tanto, los paneles de las autopistas recomiendan “priorizar el transporte público”. Una ironía dolorosa. Porque si el trayecto en tren me cuesta el mismo que el coche, si llego tarde, si me paso el viaje derecho, enganchado a cuerpos sudados y malhumorados, si siento angustia, ruido, incomodidad, y encima estoy pagando por todo ello, qué motivación real tiene la gente por no
coger el vehículo privado?

Vagones llenos y con poca ventilación

Los vagones, en horas punta, son una auténtica humillación. Personas comprimidas como sardinas, sin espacio para respirar. Gente sudando, gritando, empujando. Turistas que no respetan asientos reservados para la gente mayor. Calor insoportable en verano, y calefacción encendido cuando no toca. Y mientras tanto, los vigilando de seguridad pasean por los vagones con una actitud represiva, haciendo poco más que echar jóvenes con los pies al asiento o buscando personas racializadas para pedirles el billete.

Una multitud de personas se encuentra en una estación de trenes, con señales de dirección y pantallas de información visibles en el techo.
Estación de Sants, en Barcelona | ACN

Una selección sospechosamente orientada. Un control social disfrazado de vigilancia. El que no hacen nunca, pero, es controlar el que realmente importa: el servicio que se nos ofrece. Las condiciones inhumanas. La falta de higiene. La saturación. El incumplimiento sistemático de los horarios. Y ante todo esto, hay quién decide no pagar. Y es comprensible.

El colarse no es solo una cuestión económica: es una forma de protesta. Un acto de desobediencia ante
una empresa que exige el precio de un servicio que no ofrece. Por qué tendría que pagar para ser
maltratado? Por qué tendría que financiar un sistema que me hace llegar tarde, me humilla y me hace
sentir que no importo?

¿Servicio público?

RENFE no es un servicio público en el sentido noble del término. Es una empresa pública con mentalidad privada, que funciona con dinero de todo el mundo, pero responde como si solo sirviera a unos cuántos. Las inversiones son insuficientes. Los gobiernos se pasan la pelota. Y mientras esperamos reformas estructurales que no lleguen nunca, la ciudadanía paga las consecuencias día tras día.

Una persona sentada en un banco de una estación de tren subterránea mientras un tren se aproxima iluminando el andén.
Estación de tren | ACN

Y el más peligroso de todo es que nos hemos acostumbrado. Que ya no nos indigna perder el tren, ni hacer una hora de pie, ni que nadie informe de nada. Que ya consideramos normal una estructura
que tendría que dar vergüenza a cualquier sociedad que se diga avance. Pero la normalización del maltrato es la fase final de la sumisión. Y esto no lo podemos permitir.

RENFE se tiene que repensar de arriba abajo. No solo hacen falta inversiones: hace falta respeto por los usuarios. Transparencia. Exigencia pública. Control real. Prioridad institucional. Hace falta que se dejen de hacer campañas de autoengaño hablando de sostenibilidad si no se pueden garantizar
trayectos dignos. Porque el transporte público, en una sociedad justa, tendría que ser una herramienta de cohesión, libertad y equidad. El que tenemos ahora es exactamente el contrario: una pesadilla colectiva pagada entre todos.