Durante los grandes apagones, lo habitual es que la gente se encierre en sus casas, que reine el caos o que las calles se inunden de quejas. Pero en medio del desconcierto, a veces emergen historias que devuelven la fe en la humanidad. Una de ellas ha salido recientemente a la luz: la de una anciana que, atrapada en la oscuridad y sin ascensor, fue literalmente alzada a hombros por desconocidos.
Lo que parecía una jornada cualquiera para esta mujer de casi cien años terminó en una inesperada aventura cargada de humanidad. Ahora, tras haber vivido ese gesto inolvidable, solo tiene una misión: encontrar a quienes la ayudaron, agradecerles y, quizá, ponerles nombre.

Una tarde de sombras… y de luz humana
El suceso tuvo lugar hace apenas unos días durante un apagón masivo que dejó sin luz a numerosos barrios. Joana Alonso, de 97 años, había salido como de costumbre a comprar. Lo que no podía prever era que, al regresar, los tres ascensores de su edificio estarían inutilizables. Atrapada en el vestíbulo, sin fuerzas para subir las 144 escaleras que la separaban de su hogar en un noveno piso, y sin nadie de confianza cerca, la situación amenazaba con convertirse en un drama.
Fue entonces cuando, como si de una escena de película se tratase, aparecieron dos jóvenes. Según el testimonio de la propia Joana, una vecina —a la que conoce como Tere— pidió ayuda a los chicos, quienes sin pensarlo demasiado se ofrecieron voluntarios para cargarla a hombros hasta su casa. “Me subieron como a una reina”, recuerda Joana entre risas y emoción, asegurando que la sensación fue similar a la de un niño subido sobre los hombros de sus padres.

La operación no fue sencilla: fueron nueve pisos sin ascensor, con descansos en cada rellano, en plena oscuridad y cargando no solo con Joana, sino también con su andador. Y aun así, los muchachos no se quejaron ni un instante. Ella misma describe cómo la sostenían, una pierna en cada hombro, y cómo subían “con unas zancadas impresionantes”, como si la edad y el esfuerzo no importasen.
Un gesto anónimo que quiere ser recompensado
Una vez arriba, los jóvenes desaparecieron con la misma rapidez con la que habían llegado. Joana apenas tuvo tiempo de agradecerles el esfuerzo. No conocía sus nombres, ni de qué piso eran, ni siquiera si vivían en el edificio. Solo recuerda que llevaban camisetas limpias, uno de ellos un jersey azul, y que tenían la piel morena, "no negra", como ella matiza, y "con aspecto cuidado". Su nieta, que pasó la noche con ella tras enterarse de lo ocurrido, también quisiera agradecerles personalmente el gesto, pero hasta ahora no han podido localizarlos.
"Fueron como ángeles de la guarda", dice Joana emocionada. Y no es para menos. Sin su ayuda, posiblemente habría tenido que dormir en el vestíbulo o esperar largas horas hasta que la luz regresara y los ascensores volvieran a funcionar. A su edad, subir un solo tramo de escaleras ya es una hazaña; nueve pisos, una odisea.
La fuerza de la comunidad frente a la adversidad
Aunque Joana vive sola, no está del todo desamparada. Tiene familia, nietos que la visitan con frecuencia, y cuenta con ayuda domiciliaria varias veces por semana. Incluso, gracias a que su cocina funciona con gas, pudo preparar algo para cenar en la oscuridad. No obstante, la experiencia la dejó con el cuerpo dolorido y los nervios alterados, hasta el punto de no poder dormir esa noche. Lo único que la consoló fue el recuerdo de aquel acto de bondad que la devolvió sana y salva a su hogar.
Más allá de la anécdota entrañable, esta historia pone el foco sobre una realidad poco visible: la vulnerabilidad de las personas mayores ante imprevistos como los apagones, y la importancia de la solidaridad vecinal. En una sociedad donde muchas veces prima la indiferencia, el gesto de esos dos hombres anónimos demuestra que todavía queda esperanza. Que hay quienes, sin pedir nada a cambio, son capaces de hacer lo correcto.
¿Quiénes fueron estos héroes cotidianos?
La familia de Joana y sus vecinos ya han empezado una pequeña campaña para tratar de localizar a los misteriosos benefactores. Se ha hablado de colocar carteles en la portería, incluso de lanzar un llamamiento en redes sociales. Ella solo quiere darles las gracias, invitarlos a una comida o tener un detalle con ellos. No busca fama ni reconocimiento público, solo cerrar el círculo de gratitud que quedó abierto aquel día.
Historias como la de Joana nos recuerdan que, a veces, los grandes gestos no se hacen con aplausos ni focos, sino en silencio, en mitad de una escalera, cargando a una anciana hasta su noveno piso. Y que, quizás, los verdaderos héroes no llevan capa… sino un jersey azul y una sonrisa discreta.
¿Conoces a los jóvenes que ayudaron a Joana? Si los has visto o sabes quiénes son, su familia estaría encantada de poder darles las gracias. A veces, una pequeña acción puede dejar una huella imborrable en la vida de alguien. Y esta, sin duda, lo ha hecho.