En un sector que lleva años enfrentando un proceso de transformación acelerada, una de las entidades financieras más poderosas del país acaba de anunciar una decisión estratégica que no solo afectará a su modelo de negocio, sino también al día a día de millones de usuarios. La medida, que ya ha comenzado a implementarse de forma progresiva, refleja un cambio profundo en la manera en que los bancos entienden su papel en la era digital. Sin embargo, este giro no está exento de controversia, y muchos se preguntan si el sector bancario tradicional puede sobrevivir a la ola de disrupción tecnológica que lo amenaza.
El anuncio ha generado inquietud, especialmente entre los clientes más veteranos, acostumbrados a una relación cara a cara con sus gestores, y que podrían quedar al margen si el proceso no se ejecuta con sensibilidad. La entidad, no obstante, defiende que el paso responde a una necesidad operativa y a una adaptación imprescindible para mantener su competitividad frente a los neobancos, cuyas estructuras mucho más ágiles están captando cada vez mayor cuota de mercado.

Una evolución inevitable
En los últimos años, la banca tradicional se ha visto forzada a competir con nuevas plataformas digitales que ofrecen servicios financieros simplificados, sin oficinas físicas y con comisiones reducidas. Frente a ese modelo, mantener miles de sucursales repartidas por todo el territorio se ha vuelto no solo caro, sino a menudo innecesario. Muchas gestiones que antes requerían desplazamientos ahora pueden hacerse en cuestión de segundos desde una app.
Pese a todo, desde la entidad insisten en que su transformación no implica una renuncia completa al contacto humano. En su último informe anual, destacan “el valor de la conexión personal”, especialmente para los clientes más vulnerables o con necesidades específicas, como las personas mayores o aquellas con dificultades tecnológicas. La apuesta, aseguran, es por un modelo mixto: una banca digital reforzada, pero que mantenga puntos físicos estratégicos en zonas clave.

Un dilema sin solución perfecta
Este equilibrio no es fácil de mantener. Por un lado, se busca eficiencia y reducción de costes. Por otro, se intenta preservar la confianza y cercanía que muchos clientes aún asocian a su banco de toda la vida. La situación recuerda a lo que está ocurriendo en otros sectores, como el de las telecomunicaciones o incluso el educativo, donde las tecnologías avanzan más rápido que la capacidad de adaptación de sus usuarios tradicionales.
La decisión no responde a una crisis, ni mucho menos. De hecho, el banco cerró el año 2024 con un beneficio récord de más de 12.500 millones de euros. Pero es precisamente este éxito el que le permite anticiparse a los cambios, marcar el ritmo de su propia transformación y evitar verse arrastrado por un mercado que no espera a nadie.
La decisión que nadie quería escuchar
Y es aquí donde llega el anuncio que ha encendido todas las alarmas: Banco Santander va a cerrar más de 200 oficinas físicas en España a lo largo de este año, en el que será el mayor recorte desde la pandemia. La llegada de Ignacio Juliá a la dirección de Santander España, procedente de ING y con un marcado perfil digital, ha sido la antesala de esta medida.
El banco asegura que la decisión forma parte de un plan estratégico para convertirse en “un banco digital con sucursales”, no en una red de oficinas con una app complementaria. Pero para muchos, este movimiento marca el principio del fin de una era. Porque, aunque el modelo tradicional no ha muerto todavía, ya está dejando de ser el corazón del negocio.