En plena emergencia culinaria, cuando el tiempo apremia y los invitados están al caer, hay quien recurre al primer socorro que tiene a mano: una videollamada improvisada, un mensaje urgente, o un grito desesperado en busca de ayuda. Eso es exactamente lo que hace Manel Alías, periodista curtido en conflictos, pero completamente indefenso ante una olla vacía y la misión de preparar un buen caldo. Y, como siempre, aparece ella: Maria Nicolau, la chef de confianza que nunca falla.
El vídeo comienza con una llamada dramática. “¡Emergencia! ¡Emergencia!” clama Manel, mientras reconoce que no tiene ni idea de cómo enfrentarse a su plato favorito. La escena ya es viral. Maria, lejos de escandalizarse, lanza una respuesta entre sarcástica y maternal: “Que hayas ido a la guerra y no sepas hacer un caldo, Manel… es grave”. Pero también asegura que tiene solución, y además es rápida, sabrosa y... accesible. Tan fácil, dice ella, como “entrar a la primera botella que encuentres”. Sí, porque el secreto no está en técnicas complicadas, sino en la selección del producto.

Un caldo necesita tres cosas: cariño, intuición… y los ingredientes justos
Maria Nicolau no se limita a dar indicaciones. Entra en acción, baja al mercado, saluda a los tenderos, y se dirige a las personas que de verdad saben. “¡Antonia! ¡Este chico no sabe hacer caldo!”, grita divertida, mientras empieza a elegir los ingredientes que transformarán una olla de agua en una auténtica joya culinaria. Las explicaciones no faltan, y tampoco el humor. Porque para ella, cocinar no es una tarea más: es una ceremonia de sabiduría popular y memoria familiar.
Mientras las cámaras capturan el recorrido, Maria empieza a soltar pistas sobre la receta mágica. Habla de mandanga buena —ese término tan suyo—, de proporciones justas entre agua y sustancia, de no pasarse ni quedarse corto. “Si pones menos agua, te queda más concentrado. Y si lo haces con alegría, te queda fantástico”, resume. Todo parece improvisado, pero detrás hay un saber profundo que conecta con el recetario más tradicional.

Las verduras, otro pilar fundamental
El viaje continúa por la sección de frescos. “¿Tienes la esquina del caldo organizada?”, pregunta Maria, y Rosa, la frutera, ya tiene todo listo. Apio, puerro, zanahoria, chirivía... cada pieza suma, y algunas incluso tienen doble función: “Sirve para el caldo y también para hacer la nariz de un muñeco de nieve”, bromea Nicolau mientras escoge una chirivía.
Y justo cuando el espectador piensa que ya lo ha visto todo, llega el consejo estrella. Una advertencia que vale oro: antes de cerrar la olla, repasa bien el cajón de las verduras. Esa zanahoria medio olvidada, ese trozo de puerro algo mustio… pueden ser la clave del sabor que buscas. No lo tires: ¡al caldo!
¿Y los ingredientes mágicos?
Pues sí, había truco. Pero Nicolau se lo guarda hasta el final. Porque el verdadero sabor no está en una receta escrita, sino en lo que elijas. Un poco de espinazo de cerdo, oreja, alas de pollo y un corte generoso de falda de ternera. Esa es la “mandanga buena” que transforma el caldo en manjar. Y si lo acompañas de esas verduras de confianza, el resultado está garantizado: cuerpo, sabor y un aroma que llena la casa de recuerdos.
El caldo, como la vida, mejora cuando se hace con lo que tienes a mano… y un poco de cariño experto.