En un mundo cada vez más conectado, pero también más estandarizado, hay quien no se resigna a perder los matices que hacen única a cada lengua. La cocinera y divulgadora cultural Maria Nicolau, conocida por su estilo fresco, directo y lleno de personalidad, ha lanzado en redes sociales una petición.
Mientras disfrutaba de la lectura de un libro, Nicolau compartió en tono medio serio, medio divertido, una reflexión: “¿Sabes qué iría bien? Una pequeña indicación en la primera página de los libros sobre la variante dialectal que debo activar en la voz de dentro de la cabeza.”
La “voz interior” del lector
La propuesta toca una fibra especial en todo lector: esa voz interior con la que leemos mentalmente. Aunque la mayoría no la perciba conscientemente, todos —de una forma u otra— activamos un tono, un ritmo y hasta un acento interno cuando leemos, especialmente si el texto está en nuestra lengua materna.

En catalán, donde existen distintas variantes dialectales (central, occidental, valenciano, balear…), esta voz puede cambiar significativamente la percepción de una obra.
Maria Nicolau pone un ejemplo claro: el libro que está leyendo le parece perfecto si lo imagina con acento de Mollerussa, una localidad leridana que representa la variante occidental del catalán. Esto despierta una idea tan sencilla como potente: ¿y si los libros incluyeran una indicación del acento más adecuado para leerlos mentalmente?

¿Es viable esta idea?
La sugerencia de Nicolau ha desatado sonrisas, pero también reflexiones más serias. Muchos escritores y editores catalanes reconocen que el registro dialectal forma parte del alma de un texto. No es lo mismo leer un diálogo escrito en balear que en valenciano, y no es igual si el narrador “piensa” en barceloní o en tarraconense.
Algunos opinan que esto ya se resuelve de forma implícita: si el autor es de Girona, por ejemplo, y escribe con su variedad, el lector lo intuye. Pero Nicolau va un paso más allá y plantea la posibilidad de que las editoriales ayuden a orientar esa “voz interior” del lector, especialmente cuando el texto no está tan marcado o busca una neutralidad que, paradójicamente, puede confundir.
El catalán, una lengua rica en matices
Este debate pone de nuevo sobre la mesa la enorme riqueza dialectal del catalán, una lengua con múltiples formas correctas de decir lo mismo, dependiendo del lugar. Mientras en Barcelona se dice “nena”, en Palma se dice “al·lota”, y en Castelló puede ser “xiqueta”. Esta diversidad, lejos de ser un obstáculo, es una de las fortalezas culturales del país.
Sin embargo, no siempre es reconocida o respetada de igual forma. Muchos lectores denuncian que ciertos dialectos reciben más visibilidad editorial que otros, y que existe una tendencia a “centralizar” el catalán en su variante barcelonesa. En ese sentido, el gesto de Nicolau se puede interpretar también como una reivindicación de la pluralidad lingüística dentro del mismo idioma.
Una propuesta que da que pensar
Aunque pueda parecer un detalle menor, la idea de indicar el tono dialectal al inicio de un libro no es tan disparatada. Podría funcionar como un detalle estilístico, casi como una nota del autor, que indique: “Aquest llibre s’hauria de llegir amb accent de Mollerussa”. Un guiño al lector que no solo enriquece la lectura, sino que también visibiliza y valida todas las formas de hablar el catalán.
Al final, lo que propone Maria Nicolau no es solo una ocurrencia simpática. Es un recordatorio de que la lengua, igual que la cocina que tanto defiende, vive en los matices, en los acentos, en los detalles. Y que incluso en el silencio de la lectura, la forma en la que escuchamos las palabras por dentro también importa.