A sus 64 años y tras una carrera marcada por el exceso, el rock y la controversia, Loquillo ha vuelto a la primera línea con una entrevista que ha reabierto viejas heridas. El músico barcelonés, siempre dispuesto a hablar sin filtro, ha concedido unas declaraciones al diario El Mundo en las que repasa su vida, su salud y, sobre todo, su relación con la ciudad que lo vio nacer: Barcelona.
Pero lejos de la nostalgia o del homenaje, lo que el cantante ofrece es un ajuste de cuentas. Y como es habitual en él, lo hace con un estilo directo, afilado y cargado de simbolismo. A través de sus palabras, se percibe algo más que crítica: hay rencor, decepción… y una revelación final que lo resume todo.
La decadencia de una ciudad que ya no siente suya
Loquillo pinta un retrato sombrío de la capital catalana. Recuerda los años 80 como una época salvaje y libre, donde convivían todas las expresiones artísticas y sexuales, pero también la sombra de la heroína y el caos urbano. Un mundo sin filtros, con música en cada esquina y personajes que —según él— ya no existen. “Vimos a gente siendo libre y nos acostumbramos a ser libres también”, explica.
Sin embargo, ese paraíso, como lo define, se fue desmoronando. El cantante cree que todo empezó a cambiar tras los Juegos Olímpicos y que la deriva fue total con el auge del independentismo. Ahí, dice, desapareció su espacio. “No existíamos en la radio ni en televisión”, asegura, refiriéndose a TV3 y Catalunya Ràdio. Sus discos dejaron de sonar. Su nombre se desdibujó en los medios públicos catalanes.

Una vida marcada por la resistencia… y el cuerpo que pasa factura
El relato va más allá de lo cultural. Loquillo detalla con crudeza los problemas de salud que ha sufrido en los últimos años: arritmia severa, problemas de tiroides, fracturas y hasta pérdida de voz. Un episodio en particular lo marcó: tras un concierto en Nerja, perdió la visión, se desmayó y solo veía una luz blanca. “No sé si eso del túnel es verdad o no”, dice con ironía.
Fue ingresado y operado de urgencia, pero a los cuatro días ya estaba sobre el escenario, cerrando su gira. “No soy un llorón”, insiste. Pero el desgaste se nota. Él lo sabe. Y lo dice.

El secreto, al final
A lo largo de la entrevista, Loquillo desgrana su desencanto con Cataluña, su exilio voluntario a Donosti y su lucha por seguir siendo escuchado. Pero guarda lo más importante para el cierre. Durante minutos ha despotricado contra el presente de Barcelona, contra su decadencia, su falta de libertad, su pérdida de identidad. Hasta que, al final, suelta dos palabras que resumen todo lo que no había dicho abiertamente.
Cuando le preguntan qué queda de aquella Barcelona que lo vio crecer, su respuesta llega, seca, definitiva:
“Solo cenizas.”
Con esa imagen lapidaria, Loquillo no solo sentencia a la ciudad. La despide. Y, quizá sin quererlo, deja claro que ya no habla desde la crítica, sino desde la herida. Porque, aunque durante toda la entrevista parezca cargar contra Barcelona… la verdad se revela al final:
No fue él quien se fue. Fue Barcelona quien lo echó.