De puertas para afuera, la imagen de los Príncipes de Gales es el epítome de la perfección real. Cada acto oficial, cada fotografía compartida y cada aparición pública están meticulosamente coreografiadas para proyectar estabilidad, elegancia y un sentido del deber inquebrantable.
Sin embargo, tras los muros de palacio, parece que se cuece una realidad mucho más compleja y terrenal, una que amenaza con resquebrajar ese retrato idílico y que tiene como protagonista el supuesto carácter explosivo del futuro rey de Inglaterra, el Príncipe Guillermo.
La presión de ser el heredero al trono ha marcado la vida de Guillermo desde su nacimiento. Criado bajo la estricta mirada de su abuela, la Reina Isabel II, y su padre, el Rey Carlos III, cada paso de su formación fue diseñado para moldear a un monarca impecable. Se le instruyó en el arte de la oratoria, el protocolo y la contención emocional, todo ello para asegurar la continuidad y la estabilidad de la Corona. Pero esa rigidez, según diversas fuentes cercanas a la familia real británica, podría haber tenido un efecto inesperado: forjar un temperamento volcánico que se desata en la intimidad.

Un carácter forjado bajo la presión real
Lejos de la imagen serena y controlada que proyecta, se dice que el Príncipe de Gales es propenso a "pequeños berrinches e irritaciones" cuando las cosas no salen exactamente como él desea. El autor experto en realeza, Tom Quinn, ha revelado en sus escritos, basándose en testimonios de personal de palacio, que los gritos y las salidas de tono no son infrecuentes.
"Guillermo puede llegar a tener un temperamento terrible", afirman estas fuentes, describiendo un hombre cuyas reacciones pueden ser desmedidas y cuyo trato con el personal deja, en ocasiones, mucho que desear.
Esta faceta menos conocida del príncipe no es algo nuevo. El biógrafo real Robert Lacey, en su libro Battle of Brothers, ya detallaba episodios de furia, asegurando que incluso la reina Camilla quedó "horrorizada" en el pasado. Presenció las "diatribas y desvaríos que Guillermo desataba en ocasiones contra su padre".
El preocupante eco en sus hijos
Lo más alarmante de esta situación es el efecto que parece estar teniendo en sus tres hijos: George, Charlotte y Louis. Los pequeños, siempre presentados ante el mundo como ejemplos de buena educación y discreción, estarían empezando a imitar los patrones de comportamiento de su padre.
Según trabajadores de la residencia de los Gales, no es extraño escuchar a los niños utilizando expresiones y palabras malsonantes en sus juegos, un claro reflejo de lo que presencian en casa durante los momentos de tensión.

Este comportamiento estaría chocando frontalmente con los esfuerzos de su madre, Kate Middleton. La Princesa de Gales siempre ha puesto un enorme énfasis en inculcar en sus hijos valores de respeto y buenos modales. En su hogar, según fuentes cercanas, gritar está considerado como una práctica "totalmente prohibida" y, en lugar del tradicional "rincón de pensar", los niños son llevados a un "sofá de la charla" para discutir su comportamiento con calma. Existe una clara intención de criar a los futuros líderes de la monarquía con una base de diálogo y respeto.
Kate Middleton, el pilar en la encrucijada
En este complejo escenario, Kate se erige como la figura mediadora y estabilizadora. Quienes conocen la dinámica de la pareja afirman que la princesa "trata a Guillermo como a su cuarto hijo" cuando este tiene uno de sus arrebatos. Su capacidad para manejar estas situaciones con la misma calma y estrategia que aplica con sus hijos es, según los expertos, una de las claves del equilibrio en su matrimonio. "No sé dónde estaría Guillermo sin Kate", comentaba una fuente de palacio al autor Tom Quinn.
La Princesa de Gales, con su enfoque pragmático y su insistencia en la comunicación, se encuentra en la difícil posición de contrarrestar un ejemplo paterno que podría socavar años de educación cuidadosa. Mientras ella promueve la calma, la realidad en casa es que la frustración del príncipe a veces se manifiesta de forma audible, creando un ambiente donde las malas formas se normalizan.