La imagen veraniega de la Casa Real española vuelve a levantar ampollas. No por un posado calculado ni por una foto familiar en chancletas. Precisamente por lo contrario: el silencio metódico, la puerta cerrada, la ausencia de relato.
Quien no lo ha pasado por alto es la experta en protocolo María José Gómez Verdú. Su análisis desmonta la cómoda idea de que el verano “no cuenta”. Y pone el foco donde más duele a los Borbones: la comunicación pública también se juega en agosto.
El verano opaco de los Borbones y la foto que nunca llega
El guion es conocido. Palma de Mallorca, agenda mínima y controlada, y una recepción social en Marivent para poner punto y seguido. Este año, además, con la novedad de Leonor y Sofía como anfitrionas, detalle que subraya su salto a la primera línea.

Terminado ese trámite, se activa la cortina: destino privado en el extranjero, cámaras fuera y ningún contenido propio que amortigüe rumores. La combinación protege, sí, pero alimenta la sospecha y aleja a la institución del escrutinio al que debería someterse.
La tesis de Gómez Verdú: la imagen no se va de vacaciones
Gómez Verdú es tajante: en pleno siglo XXI, la gestión de la imagen pública no descansa. La especialista subraya que la Corona española mantiene una línea de “discreción férrea” que contrasta con la “transparencia dirigida” de otras casas reales.
No se trata de exhibicionismo, insiste, sino de marcar el relato con piezas dosificadas y controladas: una instantánea en bicicleta, una caminata por la montaña, una foto en la playa con los hijos. Son gestos mínimos pero poderosos que humanizan sin invadir la intimidad. El mensaje es claro y, para Felipe y Letizia, incómodo: el vacío informativo no es neutral, es una decisión política que tiene coste reputacional.

Lo que hacen otros reinos cuando el sol aprieta
No es teoría. En Países Bajos, la Familia Real convoca cada verano un posado pactado con la prensa. Este año lo hicieron el 30 de junio en Huis ten Bosch: minutos de flashes, sonrisas de manual y luego vacaciones sin agobios.
En Noruega o Suecia, la estrategia se repite con matices: se publican imágenes seleccionadas de sus estancias estivales, desde Lofoten a Solliden. No hay sobreexposición. Hay control consciente de la narrativa, cercanía medida y prevención del amarillismo que nace del vacío. Funciona porque satisface la curiosidad pública y corta de raíz la caza de exclusivas incómodas.
Y mientras Felipe y Letizia sin informar. Algunas fuentes incluso indican que se han ido por separado. La reina estaría en Grecia, un viaje privado que habría costado medio millón de euros a las arcas públicas.

Una oportunidad perdida para una monarquía cuestionada
La paradoja es evidente. Los reyes presumen de una agenda impecable cuando toca, pero conceden a su verano un blindaje que chirría en una democracia madura. La foto que no llega abre la puerta a versiones interesadas, a esa niebla que tanto indigna cuando la propagan otros.
Y ocurre, además, en un contexto de desgaste crónico de la institución, heredado de escándalos que la Casa ha querido tapar con formalidad y distancia. El resultado es una Corona que parece hablar solo cuando le conviene, y que calla cuando la ciudadanía podría verla como lo que dice ser: una jefatura del Estado al servicio público, también en vacaciones.
El consejo que Felipe VI - y especialmente Letizia Ortiz - no quieren escuchar
La receta de Gómez Verdú es sencilla y demoledora: una imagen veraniega, espontánea y cuidada, vale más que mil comunicados institucionales. No exige renunciar a la privacidad. Exige reconocer que la confianza se construye con gestos. Mientras otras monarquías afinan su partitura estival, la Casa Real española sigue apostando por el mutismo, una estrategia que hoy suena vieja y defensiva.