El Palacio de Marivent se vistió de gala una vez más para su tradicional recepción estival. Un evento que cada año congrega a las figuras más destacadas de la sociedad balear bajo la atenta mirada de la prensa. Sin embargo, la edición de este año estaba marcada en rojo en el calendario por un motivo muy especial: el debut de la Princesa Leonor y la Infanta Sofía.
Su presencia prometía una imagen de unidad y futuro para la Corona, pero la realidad, captada por los objetivos más indiscretos, reveló una narrativa muy diferente que ha sido muy comentada en redes sociales.
La expectación era máxima. Cerca de seiscientos invitados esperaban el momento en que la Familia Real al completo hiciera su aparición. Y así fue. Pasadas las nueve de la noche, los Reyes, acompañados por primera vez por sus dos hijas en este acto, saludaron uno a uno a los asistentes.

La Princesa de Asturias y su hermana se convirtieron, como era de esperar, en el centro de todas las miradas. Pero a medida que avanzaba la velada, un detalle mucho más sutil comenzó a robarles el protagonismo: el abismo que parecía separar a Felipe y Letizia.
Un debut histórico ensombrecido por la distancia
Lo que debía ser una noche de celebración familiar - aunque Letizia Ortiz siempre lo ha considerado un paripé - se transformó en un teatro de gestos fríos y calculados. Los corrillos de periodistas y los análisis en redes sociales no tardaron en señalar lo evidente: la absoluta falta de complicidad entre los monarcas.
Lejos de la imagen de un matrimonio unido, Felipe VI y la Reina Letizia mantuvieron una distancia física que iba más allá del mero protocolo. Apenas cruzaron miradas y sus interacciones se limitaron a lo estrictamente necesario, a sonrisas de compromiso para las cámaras y breves intercambios de palabras para cumplir con el guion.

Cualquier excusa parecía válida para evitar el contacto. Mientras uno conversaba con un grupo de invitados, el otro se dirigía al extremo opuesto del salón. Esta tensión palpable no pasó desapercibida para nadie y rápidamente se convirtió en el tema principal de la noche, opacando el importante paso adelante que suponía la presencia de sus hijas.
Las redes se inundaron de fotogramas que analizaban cada gesto, cada distancia, confirmando una sensación que flota en el ambiente desde hace tiempo: la de un matrimonio que funciona de cara al público, pero que en la intimidad vive realidades separadas.
El eco de una crisis que no cesa
Esta actitud no hace más que alimentar las teorías que periodistas especializados en la Casa Real, como Pilar Eyre o Jaime Peñafiel, llevan años sosteniendo. La idea de que el matrimonio de Felipe y Letizia es, en la práctica, un acuerdo profesional. "Son un equipo de trabajo, nada más", afirman fuentes cercanas a palacio, describiendo una relación basada en el deber hacia la Corona y el bienestar de sus hijas, pero desprovista de afecto marital.

Los rumores que han sacudido los cimientos de la Zarzuela en los últimos tiempos han creado un contexto en el que cada gesto es examinado con lupa. La frialdad de Marivent no es un hecho aislado, sino la confirmación visual de lo que muchos ya daban por sentado.
Recientemente, desde XCatalunya hablamos de que hacen vidas separadas. Incluso la experta Laura Rodríguez confirma la existencia de amantes por ambas partes. Habría un pacto de silencio que solo se rompe en actos oficiales como este, donde la obligación de aparentar normalidad se vuelve cada vez más difícil de sostener.