Los mercados de fichajes suelen ser terreno fértil para negociaciones intensas, intereses cruzados y operaciones que, por matices económicos o deportivos, terminan complicándose más de lo previsto. Esta temporada, el Real Betis se ha topado con una de esas historias que demuestran lo complejo que puede ser cerrar acuerdos incluso cuando todas las partes parecen estar de acuerdo en lo deportivo.
El Betis afronta el inicio del mercado con la vista puesta en reforzar el centro del campo, uno de los sectores que más necesita estabilidad tras la última campaña. Pellegrini ha sido claro con la dirección deportiva: es vital dar con un futbolista capaz de aportar equilibrio y energía, sobre todo tras la marcha de piezas clave y el salto de algunos canteranos al primer equipo. La apuesta por talento joven y la búsqueda de oportunidades de mercado es ya una seña de identidad verdiblanca, pero no siempre el contexto económico juega a favor.
El club andaluz había encontrado un perfil interesante en un joven que, tras despuntar en Segunda, llegó a Heliópolis cedido el pasado verano y ha tenido minutos tanto en el filial como en el primer equipo a lo largo de la temporada. Su nivel había convencido y Manuel Pellegrini veía en él a un buen centrocampista de futuro.

La operación que se enfría: cifras y estrategia detrás del bloqueo
La cuestión es que el acuerdo incluía una opción de compra fijada en un millón de euros, válida hasta el 15 de junio. Además, el club verdiblanco se comprometió a abonar 10.000 euros al Leganés por cada partido jugado por el futbolista con el primer equipo, una cláusula que acabó costando 40.000 euros tras su participación en cuatro encuentros oficiales.
A pesar de que el rendimiento del jugador convenció tanto al cuerpo técnico como a la secretaría técnica —fue pieza importante en el filial y cumplidor en sus oportunidades con el primer equipo—, el Betis optó por no ejecutar la cláusula de compra al finalizar el plazo. La razón principal: la intención de negociar a la baja un traspaso definitivo, una jugada que el Leganés rechazó de inmediato, fiel a la cifra pactada desde un principio.
Según reveló el periodista Kiko Martín en redes sociales, los pepineros sospechaban que el Betis buscaba firmar al mediocentro para después cederlo a un equipo de Segunda División, una estrategia que podría suponer un riesgo deportivo y económico para el club madrileño, especialmente si el jugador explotara en un posible rival directo tras su descenso.
El centrocampista madrileño, de sólo 22 años, ha demostrado tener potencial para asentarse en la élite. Bajo las órdenes de Arzu en el Betis Deportivo fue titular indiscutible, mostrando buen despliegue físico, criterio en la salida de balón y capacidad para adaptarse tanto al pivote como a posiciones más avanzadas. Además, sus minutos con el primer equipo —titular en liga frente a la Real Sociedad y el Valencia, y participación en Copa del Rey— han incrementado su valor de mercado y la confianza en sus posibilidades.
Con la salida de varios mediocentros del Leganés (Neyou, Tapia, Brasanac y Chicco), el equipo de Butarque necesita fortalecer su sala de máquinas y ve en este regreso una oportunidad de comprobar el verdadero techo del futbolista. Su bajo sueldo —todavía como sub-23 con ficha no profesional— es otro aliciente para apostar por su continuidad, al menos durante la pretemporada.