Esta semana, el 19 de mayo, hemos conmemorado el 96.º cumpleaños de la inauguración de la Exposición Universal de 1929, celebrada en la ciudad de Barcelona hasta finales del mes de enero de 1930. Concebido inicialmente como el gran proyecto de la Mancomunidad y de la Liga Regionalista para proyectar Catalunya al mundo, los acontecimientos políticos desvirtuaron su concepción inicial, no impidiendo aun así una profunda transformación urbana y espiritual del 'cap-i-casal'
Grandes acontecimientos como motor de cambio en Barcelona
En efecto, no es posible disociar la evolución urbanística y sociológica de Barcelona de los grandes acontecimientos y certámenes que la ciudad ha albergado desde finales del siglo XIX. La Barcelona que hoy conocemos se empieza a modelar a partir del 1854, con el decreto de derribo de las murallas medievales. Su trazado, establo desde su última ampliación en el siglo XV, impedía en la ciudad crecer más allá del que hoy conocemos como Ciutat Vella.
La vasta explanada entre la urbe medieval y los municipios limítrofes de la falda de Collserola permitiría no solo poner remedio al 'agarberament' intramuros, sino también proyectar en el mundo a través de la planificación urbanística la grandeza del carácter de sus habitantes y el empujón de su iniciativa industrial y comercial.

Si el derribo de las murallas y el posterior plan Cerdà (no exento de polémica) fueron el chispazo que inició el cambio, habrá que esperar hasta los años previos a la Exposición Universal de 1888 para coger fehacientemente sus frutos. Es la época de la demolición de la Ciutadella militar construida e impuesta en la ciudad después del asedio de 1714.
Esta mancha al orgullo de la ciudad pasará a convertirse no solo en el centro neurálgico del acontecimiento, sino en un recinto ajardinado destinado al goce de su ciudadanía. Son también los años de la urbanización definitiva de la carretera de Jesús, actual paseo de Gracia, vía de conexión natural entre los dos municipios y que acontecerá no solo una arteria fundamental de la nueva ciudad, sino un escaparate social de la pujante burguesía industrial.
Barcelona se abre literalmente y figurada a su hinterland y en el mundo, al calor del renacimiento cultural y política que experimenta la nación, después de 150 años de desorientación y decadencia. La última década del siglo XIX y sobre todo el tumbar hacia el nuevo siglo aceleran los cambios. La inestabilidad social de una clase proletaria precarizada convivirá con la expansión económica impulsada por la electrificación de la industria catalana.

Son los años del modernismo. Figuras como Domènech y Muntaner, Puig y Cadafalch o Gaudí, influenciadas por los aires artísticos disruptivos de la Europa coetánea, buscarán camuflar la sobriedad y uniformidad del Pla Cerdà proyectando, dentro de sus cuadrículas, auténticas odas a la sensorialidad irreverente.
Una segunda exposición Universal inicialmente planificada por el año 1914, pero obligada a demorarse a causa de los acontecimientos políticos tanto internos como externos, se empieza a divisar. Y, otra vuelta, la ciudad se pone en movimiento. Si la victoria por Barcelona en 1888 fue la recuperación de la Ciutadella, Montjuic será el teatro de operaciones principal del año 1929.
El ajardinamiento de la zona de Miramar, la construcción del Estadio o del Palacio Nacional y la urbanización de la actual Plaza España y de la fuente mágica, serán sus principales hitos. Más allá de la montaña, las actuales plazas de Urquinaona, Tetuán y Letamendi son también hijas de aquellos años, igual que la prolongación de las arterias de Diagonal y Gran Vía de les Corts Catalanes, el metro o el aeropuerto del Prat. Barcelona fue orgullo de un mundo que, con el crack de la bolsa de Nueva York de aquel mismo año, empezaba a convulsionar.
El punto de inflexión: El Juegos Olímpicos del 92
Con la llegada de los años 30, Barcelona entra en un estado de convulsión del que tardará casi medio siglo a recuperarse. De las aspiraciones de ser “Lo Pares lleva Midi” de las primeras décadas del XX, se pasa a una combustión intensa inducida durante la guerra y a un largo letargo durante los lustros posteriores.
Son los tiempos de la Barcelona gris, de las aberraciones arquitectónicas porciolanas y de la urbanización descontrolada de la periferia. El advenimiento de la democracia supone una gran oportunidad para revigorizarse. Aun así, la ciudad tendrá que encarar a principios de los años 80 problemas estructurales profundos, como el caos circulatorio, la desigualdad social, la escasez y precariedad de la vivienda o la inseguridad derivada del consumo de opiáceos.
En este contexto, la candidatura para celebrar unos Juegos Olímpicos a principios de la década de los años 90 podía parecer una idea alocada o megalómana. La historia aun así ya la conocen: Barcelona 92 no solo fue un éxito organizativo y participativo, calificado por muchos como unos de los mejor juegos de la historia. Fue, de nuevo, el mejor y mejor aprovechado motor de cambio urbano y social. La ciudad se abrió en el mar y se volvió a abrir en el mundo. El puerto olímpico, las Rondas de circunvalación y la Torre de Collserola son testigo vivo de este legado.
¿Lo intentamos de nuevo?
La idea alocada y megalómana aconteció pues realidad. Lo hicieron posible la amplitud de miras de los dirigentes de la época, en armonía con el esfuerzo e ilusión colectivas que apadrinaron el proyecto. Por qué no volverlo a hacer? Las candidaturas por los JJ. OO. de 2040 todavía no se han formalizado. Parece que alguna ciudad Alemania se postulará, a pesar de que todavía no hay nada de confirmado.
La historia de Barcelona nos enseña que sabemos aprovechar como nadie las grandes ocasiones para avanzar a pasos de gigante, tanto a nivel de ciudad como de país. Actualmente parece todavía una idea alocada, pero si piensan unos instantes se darán cuenta que quizás no lo es tanto...