Cuando Francesc Andreu, más conocido como Màgic Andreu, contaba recientemente que “fa 45 anys ho vaig deixar tot i em vaig posar a fer màgia a la Rambla”, pocos podían imaginar el impacto personal y profesional de aquella elección. A partir de ese momento, nacería una carrera vinculada a la mágica.
Nacía un mago
Corría 1979 cuando Andreu, entonces a sus 31 años, dio un giro radical: abandonó su vida anterior —que incluía entrenamiento de perros y una afición al esquí— para dedicarse por completo a la magia callejera en la Rambla de Barcelona.
Aquella apuesta incluyó un vestuario icónico —chaqueta de terciopelo y corbatín— que lo convirtió en un personaje inolvidable para el público. No tardó en llamar la atención de Àngel Casas, quien le abrió las puertas de la televisión, impulsando su salto a espacios míticos como Tres pics i repicó, La màgica màgia del Màgic Andreu y Això és massa.

Entrevista en Rac1
En una reciente entrevista en Via lliure (RAC1), Màgic Andreu confesaba con entusiasmo: “Amb 31 anys ho vaig deixar tot i em vaig posar a fer màgia a la Rambla, amb una americana de vellut i un corbatí”. No se trató de improvisación: fue una decisión meditada, fruto de una revelación tras presenciar un truco a su hija pequeña. A partir de aquí, cambió su vida para siempre.
Su trayectoria posterior ha sido intensa: desde la creación de la productora Publimagic en 1988, hasta la educación y divulgación de la magia. Destaca la maleta de magia comercializada con Educa en 1991, el salto a la gran pantalla con la película Gracias por la propina y su labor como profesor honorífico en la UPC desde 1999, especializándose en usar el ilusionismo como técnica de comunicación.

Carácter solidario
La historia de Andreu no sería completa sin hablar de su faceta solidaria. Dedica varias semanas al año a Katmandú rescatando niños en situación de calle, una labor humanitaria que lo sitúa como referente de mago y filántropo global es.wikipedia.org. Además, su ONG “Som Riures Sense Fronteres” lleva más de dos décadas ofreciendo apoyo a pacientes infantiles en hospitales, como el Vall d’Hebron.