La cabeza del Principado ha vuelto a generar titulares, pero esta vez no por escándalos de dinastía ni agenda política. En el epicentro de la polémica está una técnica sofisticada y costosa. Según fuentes especializadas, se ha convertido en el último capricho del príncipe Alberto II para “optimizar su vitalidad” y “estirar su esperanza de vida”.
Lavado sanguíneo y plasma fresco
Esta nueva práctica, descrita como un “lavado de sangre”, se basa en la resección parcial de plasma para ser reemplazado por una solución limpia o plasma donado. Especialistas en longevidad comparan el procedimiento con un cambio de aceite en el motor de un coche: elimina toxinas y proteínas envejecidas. Durante los últimos meses, han circulado imágenes discretas del príncipe entrando en clínicas especializadas en Suiza, donde el tratamiento puede superar los 10.000 € por sesión.
La técnica se conoce como plasma exchange therapy o terapia de recambio plasmático. Algunos estudios sugieren que podría ralentizar ciertos marcadores del envejecimiento biológico, aunque el consenso médico advierte que aún no hay evidencias definitivas ni aprobaciones para uso preventivo en personas sanas.

El rol de Alberto II en la salud y el medioambiente
Desde su nacimiento en 1958, hijo de Grace Kelly y Rainiero III, Alberto II ha sido un rostro representativo del glamur y la filantropía europea. Estudió en Amherst (EE. UU.), fue olímpico de bobsleigh y, tras heredar el trono en 2005, centró su imagen en la protección del planeta y el fomento de la salud pública. Ha liderado iniciativas como la Fundación Alberto II de Mónaco en ambos sectores.
Al introducir esta novedosa práctica médica en su rutina, Alberto amplía su discurso: no solo busca proteger el entorno, sino también potenciar su propio bienestar. Pero la pregunta sobre si esta intervención encaja en la lógica de una figura pública dedicada al servicio aún divide opiniones.
Dudas detrás de este proceso
Desde Palacio monegasco no ha habido una confirmación oficial. Sin embargo, un portavoz ha señalado a medios especializados que “el príncipe mantiene un régimen personal de salud basado en ciencia avanzada y supervisión médica”, sin detallar si esto incluye terapias plasmáticas.

En redes, el tono es dividido. Algunas cuentas especializadas en medicina antienvejecimiento difunden datos sobre beneficios potenciales, mientras que voces escépticas advierten: “carecemos de estudios clínicos amplios. No es una panacea”.
Periodistas del sector salud en Europa han resaltado que este tipo de tratamientos se están evaluando en ensayos clínicos, pero lejos de una aplicación generalizada. Esta práctica encarna el cruce entre tendencia, wellness y medicina experimental. El plasma exchange se publicita como manera de rejuvenecer.
Aun así, investigadores independientes alertan que usarlo como recurso antiedad sin patología válida representa un salto arriesgado. La experiencia de celebridades y multimillonarios con terapias de plasma ha estimulado el interés —y el mercado—. No obstante, la comunidad científica coincide en ser prudente.

Poder, ejemplo y equilibrios reales
La iniciativa del príncipe Alberto II para prolongar su vida fusiona su preocupación por la salud con el privilegio de alguien sin costo como barrera económica. Para algunos, es una estrategia ejemplar para promover avances biomédicos. Para otros, un exceso que encarna la desigualdad del acceso a la medicina de vanguardia.
Está claro que, detrás del glamour del Principado, se está experimentando algo que podría marcar un antes y un después en la relación entre salud pública y poder. En la próxima década se verá si estas técnicas entran en protocolos médicos o permanecen como una excentricidad reservada a la alcurnia.